Un buen día circulaba en bicicleta por un
camino rural de una urbanización acompañado de mi hermano y un buen amigo. Con
nuestras bicicletas nos metíamos por cualquier sitio, muchas veces
desatendiendo a más de un peligro, cosa muy habitual en la adolescencia.
En cierto momento, nos percatamos de una
acera nueva que habían construido en el lado derecho de una cuesta bastante
pronunciada y de unos 100 m. de longitud. En la parte de abajo, al principio de
la cuesta, la acera terminaba en un escalón de unos 50-60 cm. porque la calzada
de la cuesta todavía no estaba asfaltada.
Me quedé mirando ese escalón… y decidí
subir la cuesta para lanzarme sin frenos por encima de la acera y dar un buen
salto con la bici cuando llegase al final. Subí unos 30 m. y me lancé hacia
abajo impulsándome un poco con los pedales. La bicicleta cogió rápidamente
bastante velocidad por la inclinación del terreno, mientras mis acompañantes se
encontraban distraídos al final de la pendiente.
Ya con los pelos tensos hacia atrás por la
velocidad, les chillé: - ¡apartaos, que voy!, mientras soltaba una de mis manos
del manillar haciéndoles gestos para que se apartaran. Enseguida se quitaron de
enmedio porque me veían lanzado hacia ellos sin frenos (entonces frenábamos con
el pie presionando la rueda trasera). Además, me gritaban dándome ánimos para
el salto.
Llegué a buena velocidad y…, salté…,
volé…, y crucé por el aire toda la calzada que tenía frente a mí en
perpendicular, hasta caer dentro de unos zarzales inmensos que había justo al
otro lado del camino. Quedé literalmente clavado en los pinchos, de espaldas,
mientras oía las carcajadas y burlas de mi hermano y mi amigo que se meaban de
risa.
Como quedé de clavado, que ni siquiera
podía articular palabra, porque, cada vez que lo intentaba, se me metían más
los pinchos en el cuerpo. Vamos, que se te hincaban los pinchos solo por
respirar.
Después de pasar un buen rato burlándose y
riéndose de mí y de mi postura mientras me encontraba inmóvil, me tuvieron que
desclavar de allí como pudieron, ya que las zarzas se te cogen a la carne como
una lapa, y para quitármelas…
Si llegan a existir los móviles en
aquellos tiempos, no dudes que ahora mismo estaríamos viendo una foto para
enmarcar.
Edad: 12-13 años.
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