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martes, 8 de noviembre de 2011

Un salto clavado

Un buen día circulaba en bicicleta por un camino rural de una urbanización acompañado de mi hermano y un buen amigo. Con nuestras bicicletas nos metíamos por cualquier sitio, muchas veces desatendiendo a más de un peligro, cosa muy habitual en la adolescencia.

En cierto momento, nos percatamos de una acera nueva que habían construido en el lado derecho de una cuesta bastante pronunciada y de unos 100 m. de longitud. En la parte de abajo, al principio de la cuesta, la acera terminaba en un escalón de unos 50-60 cm. porque la calzada de la cuesta todavía no estaba asfaltada.

Me quedé mirando ese escalón… y decidí subir la cuesta para lanzarme sin frenos por encima de la acera y dar un buen salto con la bici cuando llegase al final. Subí unos 30 m. y me lancé hacia abajo impulsándome un poco con los pedales. La bicicleta cogió rápidamente bastante velocidad por la inclinación del terreno, mientras mis acompañantes se encontraban distraídos al final de la pendiente.

Ya con los pelos tensos hacia atrás por la velocidad, les chillé: - ¡apartaos, que voy!, mientras soltaba una de mis manos del manillar haciéndoles gestos para que se apartaran. Enseguida se quitaron de enmedio porque me veían lanzado hacia ellos sin frenos (entonces frenábamos con el pie presionando la rueda trasera). Además, me gritaban dándome ánimos para el salto.

Llegué a buena velocidad y…, salté…, volé…, y crucé por el aire toda la calzada que tenía frente a mí en perpendicular, hasta caer dentro de unos zarzales inmensos que había justo al otro lado del camino. Quedé literalmente clavado en los pinchos, de espaldas, mientras oía las carcajadas y burlas de mi hermano y mi amigo que se meaban de risa.

Como quedé de clavado, que ni siquiera podía articular palabra, porque, cada vez que lo intentaba, se me metían más los pinchos en el cuerpo. Vamos, que se te hincaban los pinchos solo por respirar.

Después de pasar un buen rato burlándose y riéndose de mí y de mi postura mientras me encontraba inmóvil, me tuvieron que desclavar de allí como pudieron, ya que las zarzas se te cogen a la carne como una lapa, y para quitármelas…

Si llegan a existir los móviles en aquellos tiempos, no dudes que ahora mismo estaríamos viendo una foto para enmarcar. 

Edad: 12-13 años.

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