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lunes, 30 de marzo de 2015

La vuelta del tonto

Bien es sabido por mis paisanos que en el pueblo de Onda existe un lugar reconocido como `la vuelta del tonto´. Ese lugar no es otra cosa que una manzana de edificios a los que se les da varias vueltas dando un paseo especialmente dominical. 

Hoy en día, la tradición, aunque no tan intensa, continúa, pero antiguamente era prácticamente imposible salir de casa los domingos mañaneros y no ponerse a dar vueltas entre una multitud de más de medio pueblo girando en direcciones opuestas, y que se producía, mayormente, por la avalancha de personas que aparecían tras la conclusión de todas las misas matinales programadas en la parroquia mayor. 

Más tarde, siendo aún muy críos, mucha gente de nuestra generación continuó formando parte de esa costumbre especialmente dominguera, una costumbre que derivó en dar “la vuelta del tonto” a cualquier hora de la tarde de cualquier día de la semana, además de esos domingos por la mañana. 

Con el transcurso del tiempo la costumbre mañanera se fue diluyendo para mí, trasladándola en mayor grado a las tardes de cada día. Allí nos juntábamos varios amigos muy adolescentes a la hora de merendar después de las clases. 

Y es que esa vuelta era “del tonto”, pero en el fondo no se utilizaba por tontos, sino por “listos”, ya que colocarte en algún tramo de esa vuelta (caminando o no) era decir casi a ciencia cierta que ibas a cruzarte varias veces con la persona o personas que te interesaban. Una vez detectado (o imaginado) a quién le podías interesar, y según las miradas que se iban cruzando durante el volteo, te lanzabas a expandir todas tus dotes ante la “doncella” elegida (a nuestra edad… dotes de “moco de pavo”). 

Cómo no, un servidor comenzó con sus amiguetes a exhibir sus dotes (no malpenséis) presentándome con un cassette monofónico sentado en la ventana de un local, esperando con mis colegas a que las personas interesantes para cada cual fuesen apareciendo por una de las dos esquinas. "¡Ya están ahí!, ¡dale caña!", y ahí estaba ese “Highway To Hell” de AC/DC para deleitar oídos, aunque no se deleitase más que un servidor, y poco más. 

Fue evidente que a los amiguetes no les hacía mucha gracia, y que las “doncellas” se espantaban ante tal estruendo abrumador. Pronto dejaban de dar vueltas al “Tontódromo”, que es el otro nombre con el que se conoce a la famosa vuelta. Incluso llegué a percibir como se reducía considerablemente el paso de gente frente a nosotros. Pero yo no entendía cómo era posible que una música tan espectacular no se reconociese como tal entre tantos oídos humanos o que alguien, tan sólo alguien, mirase con cierto interés buscando la procedencia de esa música. Sencillamente, se espantaban tras echar un rápido vistazo desde la distancia. 

Ciertamente me costó asimilarlo, y más después de ver la cantidad de discos expuestos de ese estilo musical en la revista Discoplay que se publicaba en los años 80 del siglo XX. No entendía que tanto disco tuviese tan poco público. 

Era de los primeros whiplashes al sentimiento Metalero que recibía con bastante resignación. Así que comprendí que éramos pocos, muy pocos entre una inmensa sociedad, y que las doncellas a lo Maiden iba a costar mucho encontrarlas. 

Y entonces llegó la pregunta del millón: "¿seré yo el raro… o serán los demás?" J . Claro, con los años llegué a una conclusión: tan raros son los unos como los otros, porque no se trata de mayorías, ni de votos para lograr esas mayorías, sino de gustos libres de captación auditiva sin gobierno ni regla alguna. Es lo que tienen los gustos. 

Pregúntate: ¿era raro Einstein por pensador y pertenecer a una minoría de genios entre la multitud humana, o lo eran los demás por no serlo?


Edad: 13-14 años