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miércoles, 21 de marzo de 2012

Lo que cuesta ir de festival

Si tus asuntos laborales te lo permiten, el primer problema que se te presenta es si tu parienta no es Metalera. En este caso suele encontrarse una solución para tu escapada en un alto porcentaje de ocasiones, pero todo depende de las distintas y extensas personalidades conyugales. 

En caso de que sí sea Metalera, el problema es si tienes niños, familia o animales que cuidar. Esto ya es más complejo; entonces comienzan a la carrera un torbellino de ideas que se entremezclan en vuestras cabezas para intentar dar con alguien que os ayude a poder ser libres durante un par de días. Al final, con mucho esmero y no siempre, suele llegar vuestra recompensa.
  
Tras la limpieza a fondo, revisión y pertinente puesta a punto, por fin te encuentras dentro de tu vehículo preparado para partir, al menos los que vamos siempre en coche. Por norma general, cae una calda que te asas vivo, porque los festivales, aunque también se realicen algunos durante el resto del año, suelen ser veraniegos. Así que lo típico es llevar al "Dios Ra" clavado todo el viaje por tu ventanilla (también llamado familiarmente “Lorenzo” o “Manolo”) que por más que gires y gires siempre queda a tu lado. 

Si además no llevas instalado el aire acondicionado, consigues que el sonido de tu reproductor musical quede hecho triscas por culpa del aire que entra desmesuradamente por las ventanillas bajadas. Y si a esto le añadimos que entre los camaradas de viaje nos chillamos a grito limpio para poder comunicarnos, se convierte el sonido ambiente en un "taladro-batidora" que el sacrificado conductor suele soportar durante los primeros y eufóricos 150 km de ruta.
El bolso-nevera es nuestro aliado number one, proveedor de ciertos alimentos y refrescos, y como hace calorcito de lo lindo… pues a beber como cosacos. Entonces llegan las necesidades, y si el siguiente lugar con servicio disponible queda muy lejos, que es lo que suele ocurrir, ahí tienes un w.c. tamaño peninsular. Elija usted arbusto, zanja, rincón o arbolito según nivel de emergencia.

En cuanto llegas al festival (casi siempre con el tiempo justo) aparcas y te bajas a estirar las piernas por la paliza que llevas al volante. Pero muchas veces te encuentras que llegas tan justo que está a punto de comenzar a sonar la música (sino es que está sonando ya) y entonces empiezan las prisas por ponerte la pulsera. Así que, un pequeño y rápido aseo personal y… zumbando para la taquilla. 

Lo más normal es que te toque ponerte morenito en la cola durante un rato. Según cada organización, estas pueden oscilar entre los 15 y los 45 minutos al horno “Lorenzano” y es una de las principales circunstancias por las que se te suele quedar “tatuada” la silueta de las gafas de sol en la cara para todo el festival y las semanas venideras como recuerdo. 

Una vez marcados... ¡al sitio!; volteo relajante por las tiendas, cervecitas fresquitas y… grupo por aquí… grupo por allá, hasta que los pies comienzan a decirte “te quiero”. Entonces buscas el mejor sitio para descansar un poco; el suelo. Y todavía sin haberte hecho efecto que estás sentado, PURRUMMMM PUM PUMM ¡ya va otro grupete! ale, arriba que desde aquí no lo veo. 

Luego un viaje al coche para repostar... y de nuevo al sitio, y luego otro y otro. Y así van pasando las horas gustosamente hasta que al final de la jornada, tras los últimos resquicios de fiesta con los habituales colegas de festival que siempre te encuentras, terminas haciendo malabarismos dentro de la tienda o el vehículo mientras te cambias para poder tumbarte un rato a descansar. 

Pero “Lorenzo” es puntual e insistente y se encarga sin duda en pocas horas de recordarte que existe, cortándote sin miramientos el plácido descanso para, sin más opción, incorporarte de nuevo a la batalla bajo los rigurosos buenos días que caen desde lo alto. 

Ese segundo día, tras la correspondiente ducha in situ y tu típico desayuno de batido + Donuts o semejantes, ya te lo coges todo bastante más tranquilo, como medicado con tranquilizantes, pero la ensalada de grupos que te esperan por ver motiva a que no te duermas en los laureles. 

Una nueva e intensa jornada Metalera se prepara, así que si quieres ahorrarte un dinerito en las comidas y bebidas hay que reponer fuerzas con el menú disponible y calculado para los dos días: "bocata-chiclé" de paté o de fiambre con tomate, Bocabits y otros derivados, rosquilletas con longanizas secas, napolitanas de York & Cheese, tortilla de patata con unas aceitunas… y unas birritas bien fresquitas.

Y después de tal revuelto de alimentos anti-dieta, las necesidades no tardan en volver a hacer acto de presencia. Así que… de nuevo a buscarse la vida porque las cabinas “tigre” suelen ser terroríficas y todavía te quedan unas cuantas horas por delante.

De nuevo se repite la misma situación que el día anterior, pero con otras bandas que normalmente suelen ser las más esperadas del festival por cuestiones de la organización. El día fuerte suele ser el segundo (o el tercero si vas tres días), por lo que la indeseada curva decreciente del interés hacia los últimos grupos a cierta hora, se cruza con la curva creciente de tu cansancio. Así que esos grupos suelen cazarte en un estado de agotamiento físico y musical que te provoca muchas veces pequeños apalancamientos aunque estés disfrutando de las bandas. 

Una vez acaba el último grupo, sueles estar reclamando “la piltra” como poseso, la cual alcanzas en unos cientos de metros para tu entera satisfacción.

Cuando al día siguiente despiertas, o mejor dicho, cuando te despierta tu satélite preferido, te asomas al exterior y entonces es cuando te das cuenta de que, excepto algunos coches o tiendas que han hecho lo mismo que tú, estás prácticamente sólo en la zona. Entonces retornan tus asuntos cotidianos a la cabeza como contacto de interruptor y encima recuerdas que te esperan otros tantos km de vuelta con tu inseparable “Lorenzo” acompañándote fielmente hasta el final del trayecto. 

Y cuando finalmente entras de nuevo por la puerta de casa, te coge una depresión que te amarga el resto del día pensando que todo ha pasado en tan sólo unas cuantas horas y que el siguiente festival te coge demasiado lejos en el calendario.

Así que… ¿realmente será cierto que estamos diciendo toda la verdad cuando le contamos a alguien lo bien que nos lo pasamos en tal o tal festival y su correspondiente viaje?

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